“Vine en bus pero me regreso en Taxi”

El silencio de la noche se interrumpe en Conocoto, el sonido de los carros y la gente no ha cesado a pesar de la pertinaz lluvia. Todos se reúnen en un mismo lugar, la cita es la gallera “El Cóndor” ubicada en la vía al Tingo a la altura de la Fruit. Apurados y evitando la llovizna entran las personas a la pequeña construcción de bloque y techo de zinc. Aquí, todos terminan en la misma arena para gritar por un vencedor y sufrir por un perdedor, eso es solo cuestión de suerte repiten algunos que apostaron al gallo equivocado.

Es momento de empezar la segunda pelea y los gallos están preparados, es el turno de Marco Villavicencio con su gallo “Negrito”. Cinco hombres saludan atentamente a Marco mientras camina hacia la jaula donde lo espera su animal. “30 años en las peleas no son en vano, uno gana cierto prestigio” dice, mientras observa de reojo al gallo contrincante de la noche.
Miguel Zambrano carga al gallo opositor “Queso” ambos esperan que se aproxime Don Marco y reciben las insinuaciones de pelea de “Negrito”.

Ambos animales son parados en la mesa y empiezan a ponerse en guardia y a atacar un poco, a este inicio de la batalla se llama cascar a los rivales. Rápidamente Negrito muestra su jerarquía en este juego y lanza su primera patada, el dueño de Queso, Miguel Zambrano, se altera y murmura a su acompañante “Cuidado nos curan las espuelas”. La euforia se apodera de los asistentes con tan solo este pequeño calentamiento.

Marco está convencido que hoy su gallo gana, se persigna, mira al cielo y dice: “cómo cantaba en el bus el ¡condenado! pero hoy el Negrito gana, y me regreso en taxi”.
Las apuestas se empiezan a cobrar, dígale que vamos 100 se escucha de entre la gente reunida alrededor de los gallos. Miguel acepta la apuesta y reúne con sus 4 amigos el dinero pautado.

Las 25 sillas alrededor de la gallera están llenas, en los graderíos de madera aún hay unos pocos espacios. Las 40 personas que se han dado cita en el lugar esperan atentos que inicie la pelea. La música es precisa; “Oye traicionera aunque yo me muera”… canta el equipo en la voz de Aladino. Las cervezas Pilsener -bien frías- y el humo del cigarrillo inundan el lugar. Solamente se destacan cuatro mujeres en el graderío, aquí las mujeres entran gratis, pero todos miran solo a los gallos.

El plumaje de las aves se alborota, “Negrito” pica, salta y retrocede, ya se puede observar las heridas en el cuerpo de “Queso”, Miguel se toma de la cabeza y sus ojos evitan ver al animal que es destrozado, Marco grita una y otra vez, “mátalo negro mátalo” y entre los chillidos de emoción, y el volumen cada vez más alto de Aladino, Negrito salta de forma sorpresiva y acierta una patada con su afilada espuela en el cuello del rival.

Miguel entra a la arena, levanta al “Queso” y succiona con su boca la cabeza sangrante del animal. “Queso” es devuelto al lugar de la pelea, ya no sangra. Ambos animales se enfrentan como si no hubieran nacido para nada más, lo dejan todo en el improvisado ring. Transcurren cuatro minutos más de pelea y “Queso” cae al suelo del agotamiento. En el graderío unos gritan de emoción, ¡Gano el Negro, gano el Negro! Miguel vuelve a entrar a la arena y con tristeza levanta a su animal que respira con dificultad. La pelea ha concluido. El dueño de Negrito grita de emoción, salta a la arena y toma a Negrito, lo acaricia y lo besa -te dije que regreso en taxi- repite mientras extiende la mano para cobrar la apuesta.

Llueva o no, llueva las peleas no se detienen en Conocoto, los gallos cumplen con su labor, el dueño y los fanáticos acuden también a cumplir el suyo. Esta vez le tocó a Marco regresar en taxi, pero esto para muchos es solo cuestión de suerte.

Negrito ha ganado su primera pelea “este es el gallo de Oro” dice Marco Villavicencio mientras sale orgulloso con su animal de la pequeña gallera de Conocoto.